domingo, 3 de agosto de 2014

PLAN LECTOR

EL ALACRÁN DE FRAY GÓMEZ

 Fray Gómez era un hermano de la Orden de San Francisco. Desempeñaba en el convento las funciones de refitolero en la enfermería de los devotos frailes. Fray Gómez hizo en mi tierra milagros a mantas, sin darse cuenta de las cosas y como quien no quiere la cosa. Era de suyo milagrero, como aquel que hablaba en verso sin sospecharlo.

 Sucedió que estaba una mañana  fray Gómez en su celda entregado a la meditación, cuando dieron a la puerta unos discretos golpecitos, y una voz de quejumbroso timbre dijo:
-¡Alabado sea el Señor!
-Por siempre jamás, amén. Entre, hermanito -contestó fray Gómez.
Y penetró en la humildísima celda un individuo algo desarrapado, vera efigies del hombre a quien acongojan pobrezas, pero en cuyo rostro se dejaba adivinar la proverbial honradez del castellano viejo. Todo el mobiliario de la celda se componía de cuatro sillones de vaqueta, una mesa mugrienta, y una tarima sin colchón, sábanas ni abrigo, y con una piedra por cabezal o almohada.
-Tome asiento, hermano, y dígame sin rodeos lo que por acá le trae -dijo fray Gómez.
-Es el caso, padre, que yo soy hombre de bien a carta cabal...
-Se le conoce y que persevere deseo, que así merecerá en esta vida terrena la paz de la conciencia, y en la otra la bienaventuranza.
-Y es el caso que soy buhonero, que vivo cargado de familia y que mi comercio no cunde por falta de medios, que no por holgazanería y escasez de industria en mí.
-Me alegro, hermano, que a quien honradamente trabaja Dios le acude.
-Pero es el caso, padre, que hasta ahora Dios se me hace el sordo, y en acorrerme tarda...
-No desespere, hermano, no desespere.
-Pues es el caso que a muchas puertas he llegado en demanda de habilitación por quinientos duros, y todas las he encontrado con cerrojo y cerrojillo. Y es el caso que anoche, en mis cavilaciones, yo mismo me dije a mí mismo:
-¡Ea!, Jerónimo, buen ánimo y vete a pedirle el dinero a fray Gómez, que si él lo quiere, mendicante y pobre como es, medio encontrará para sacarte del apuro. Y es el caso que aquí estoy porque he venido, y a su paternidad le pido y ruego que me preste esa cantidad por seis meses, seguro que no será por mí quien se diga: En el mundo hay devotos de ciertos santos; la gratitud les dura lo que el milagro; que un beneficio da siempre vida a ingratos desconocidos.
-¿Cómo ha podido imaginarse, hijo, que en esta triste celda encontraría ese caudal?
-Es el caso, padre, que no acertaría a responderle; pero tengo fe en que no me dejará ir desconsolado.
-La fe lo salvará, hermano. Espere un momento.
Y paseando los ojos por las desnudas y blanqueadas paredes de la celda, vio un alacrán que caminaba tranquilamente sobre el marco de la ventana. Fray Gómez arrancó una página de un libro viejo, dirigióse a la ventana, cogió con delicadeza a la sabandija, la envolvió en el papel, y tornándose hacia el castellano viejo le dijo:
-Tome, buen hombre, y empeñe esta alhajita; no olvide, sí, devolvérmela dentro de seis meses.
El buhonero se deshizo en frases de agradecimiento, se despidió de fray Gómez y más que de prisa se encaminó a la tienda de un usurero.
La joya era espléndida, verdadera alhaja de reina morisca, por decir lo menos. Era un prendedor figurando un alacrán. El cuerpo lo formaba una magnífica esmeralda engarzada sobre oro, y la cabeza un grueso brillante con dos rubíes por ojos.
El usurero, que era hombre conocedor, vio la alhaja con codicia, y ofreció al necesitado adelantarle dos mil duros por ella; pero nuestro español se empeñó en no aceptar otro préstamo que el de quinientos duros por seis meses. Extendiéronse y firmáronse los documentos o papeletas de estilo, acariciando el agiotista la esperanza de que a la postre el dueño de la prenda acudiría por más dinero, que con el recargo de intereses lo convertiría en propietario de joya tan valiosa por su mérito intrínseco y artístico.
Y con este capitalito le fue tan prósperamente en su comercio, que a la terminación del plazo pudo desempeñar la prenda, y, envuelta en el mismo papel en que la recibiera, se la devolvió a fray Gómez.
Éste tomó el alacrán, lo puso sobre el alféizar de la ventana, le echó una bendición y dijo:
-Animalito de Dios, sigue tu camino.
Y el alacrán echó a andar libremente por las paredes de la celda.
Y vieja, pelleja, aquí dio fin la conseja.
 

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